El buscador investiga las posibilidades de su traductor… ¡para poemas!
Porque “la Internet” es así. Que va’ serle! Cosa e´ mandinga Uno escribe una palabra en ese ojo todopoderoso del tuerto Google – digamos por ejemplo “luna”- para que las respuestas como en río revuelto salten descontroladas hacia los ojos pescadores. Porque ahora, mas que nunca, con cada palabra nace un universo. Y si el universo se llama por ejemplo “Luna”, puede contener información tan disímil como su definición, sus imágenes, sus fases, su pase como jugador de fútbol al equipo Almeria y su ubicación como centro de espectáculos en pleno corazón de la city porteña. Manantial inagotable de sorpresas, Internet se nos despacha ahora con otro gustito. Después de llenarnos la boca y los dedos de nuevas palabras – tags, postear, googlear- y de nuevos sentidos para las palabras de siempre –subir, bajar, amigos - ahora Internet, y su hijo Prodigo Google, se meten con la poesía.
Reducto donde quedaba acobachada la musicalidad de las palabras. Ese no se que – cadencia, sonoridad, - que vuelve a “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca”, absolutamente irremplazable.
O no.
Al menos eso piensan los muchachos y muchachas de Google que están estudiando las posibilidades de convertir al traductor de Google en un traductor de poesía. “Los ingenieros Dmitriy Genzel y Jakob Uszkoreit y el responsable de los servicios de traducción de Google, Franz Och, han experimentado con el traductor inglés-francés incluyendo hasta 210 modelos de ritmo y métrica distintos en función del género deseado, y al aplicarlo a un poema de Oscar Wilde compuesto por 109 estrofas, solo fueron capaces de traducir doce”**-
Desde Tálamo nos preguntamos: ¿Qué pasa con esa música que hace que se necesite mas sensibilidad que pericia técnica, mas empatía que conocimiento minucioso, mas amor por la palabra, que exagerado respeto por la palabra exacta; para trasladar un poema de un idioma a otro? Manos de jardinero se necesitan. ¿tiene Google esas manos?
Que la inteligencia no es patrimonio exclusivo – y en muchos casos ni siquiera patrimonio- de la humanidad es algo que nos ha quedado claro desde hace unos cuantos siglos… ¿pero es que acaso ahora tampoco la sensibilidad nos pertenece?
¿Puede un programa, un software de avanzada captar con su alma de ceros y de unos, la sonora musicalidad de las palabras, el sentido profundo de una metáfora, la pluralidad de sentidos replegada entre los pliegues de cada palabra? Será cuestión de esperar. Nosotros ya tenemos nuestra nostálgica y analógica respuesta.